Nicaragua

Madre, que dar pudiste de tu vientre pequeño

tantas rubias bellezas y tropical tesoro,

tanto lago de azures, tanta rosa de oro,

tanta paloma dulce, tanto tigre zahareño.



Yo te ofrezco el acero en que forjé mi empeño,

la caja de armonía que guarda mi tesoro,

la peaña de diamantes del ídolo que adoro

y te ofrezco mi esfuerzo, y mi nombre y mi sueño.


Rubén Darío (1889).



Anidando en el porche

Anidando en el porche
dzu2012

martes, 21 de julio de 2009

“Yo no soy lisiado”

Doraldina Zeledón Úbeda

Cuántas veces hemos visto, oído, creído e incluso promovido la incapacidad. Física, mental, espiritual. “Yo no puedo, es una maldición, es el destino o tengo limitaciones objetivas. Sos un inútil. Es el contexto. Es la situación del país. Son los políticos los que nos tienen así.” Pero somos nosotros quienes los tenemos y mantenemos ahí.

La lista de tantas excusas que damos a nuestras limitaciones físicas, inconformidad, mediocridad o pereza mental y corporal es extensa. Nos dejamos llevar por todo lo negativo sin hacer nada para levantarnos, para progresar, para superar enfermedades, situaciones, personales y sociales, nacionales. Otras veces luchamos como un Quijote, pero luego flaqueamos y nos convertimos en Sanchos. O en panzas.

Ha llegado a mis manos el libro ¡Y Vamos al Norte! O más bien, lo trajo a mis manos su autor, el profesor Augusto Zelaya Úbeda. A manera de autobiografía, es una narración de anécdotas y descripción del campo y de lugares como San Rafael del Norte y San Marcos. Costumbres, amigos, leyendas, palabras, paisajes, sabores, sinsabores, abundancias, carencias, olores, sonidos y bellezas naturales, incluida la humana, que marcaron su vida.

Hay muchas enseñanzas que desprender de su lectura. Además de recordarme el origen de varias palabras que forman mi vocabulario, me llamó la atención ese capítulo de autosuperación, “Mi brazo izquierdo”. Cuando niño, cuenta Augusto, sufrió de poliomielitis, como tantos otros, y le dejó secuelas que amenazaban con hacerlo un “discapacitado”. A simple vista pareciera un autoelogio a sus capacidades y a su fuerza de voluntad; pero leído despojada de esas críticas que a veces nos vendan los ojos y la razón, el objetivo es ayudarle a otros, como el mismo autor lo dice: “ Si estas líneas sirven para uno de ellos y se sienta impulsado a cambiar, moriré tranquilo. ”

Narra cómo tuvo que hacer miles de ejercicios miles de veces, hasta conseguir hacer una pequeña hazaña, como amarrarse los zapatos, y que lo llevaron a su más grande hazaña: que su brazo no se paralizara ni limitara su vida. Por el contrario, se fuera desarrollando a tal punto de llegar a ser un gran deportista, miembro de de la selección nacional de baloncesto, y un trabajador del campo, con todas su rudezas y proezas. Y ser un destacado profesional de la agropecuaria que ha asesorado en varios países.

A estos logros contribuyó el apoyo y amor de su familia. Esto me recuerda a un primito, que también sufrió la poliomielitis. Pero su familia le dio tanto amor, tantas oraciones y tantos estímulos, que hoy tampoco él es un discapacitado, sino todo lo contrario. Es que “a quien padece un daño similar al mío, hay que ayudarle a subir su asutoestima, más que su físico”, dice el profesor en su libro. Se necesita de un suave y constante empujón para superar limitaciones, de no sentirse un lisiado, porque “el discapacitado es un presidiario con rejas mentales”.

Lo más importante, dice, “es que sigo pensando que cada día lucho contra mi propia marca, que cada instante es propicio para romper mi propio record.” Es un libro que entrará a la lista de esos de autosuperación. Un consejo, un ejemplo desde la práctica. De fuerza de voluntad, de desarrollo personal. De tener una meta y persistir para alcanzarla. Y permanecer en el triunfo constante. Es como un Paulo Cohelo campeche, que no da consejos sino que nos estimula desde sus propias vivencias y sentimientos.

Y, aunque sólo un capítulo está dedicado directamente a alimentar el yo sí puedo, la misma forma de narrar y lo que se narra, hacen del libro una invitación a ver lo bueno o el lado positivo de las cosas. El autor construyó su mapa, o su libro, de lo vivido, desde la perspectiva del triunfador, independientemente de las “incapacidades” que tuvo que enfrentar, pues “el triunfo debe ser cosa normal para quien está en esta posición… Diario y a cada momento debes romper tu propia marca”.

Pero el profesor Augusto Zelaya no sólo se refiere a la discapacidad física, sino también a la discapacitación social, a la marginación a que a veces nos somete la sociedad, o que permitimos, a veces por temor o porque es más fácil sentirnos víctimas que luchar contra los poderes victimarios o sectaristas. O simplemente nos sentimos menos porque no sabemos que sabemos. Se interiorizó en el campo y en el ser campesino, con sus dificultades y aprendizajes, que lo marcaron, como lo afirma reiteradas veces. Siente orgullo de haber vivido ahí, aunque sus amigos de la ciudad se burlaran. Valoriza el campo como su mejor escuela, donde hay mucha sabiduría. El campesino sabe, pero no sabe que sabe, dice.

“Yo no soy lisiado. Ni lo seré”. “Y espero vivir cien años”, dice el profesor. Ojalá que durante esos tantos años que le faltan, nos regale más ejemplos de cómo dejar de ser un discapacitado; aprender a identificar y desterrar pretextos, razones y sinrazones para nuestra parálisis y deshacernos del conformismo que nos impide trabajar para cambiar. Y, entre todos, hacer que Nicaragua por fin despegue y suba. Como lo hizo el primer vehículo que llegó a San Rafael del Norte, con el ingenio de las personas y la fuerza de los bueyes.

El título ¡Y vamos al Norte! no es precisamente una invitación o afirmación de ir al norte geográfico de Nicaragua, sino hacia el norte que nuestra brújula de autosuperación nos indica.
doraldinazu@gmail.com
El Nuevo Diario - Managua, Nicaragua - 28 de julio de 2009
Y a propósito del prólogo escrito por el poeta y profesor Guillermo Rothschuh Tablada, dejo este poema de Rubén Darío:
Allá Lejos
Rubén Darío

Buey que vi en mi niñez echando vaho un día
bajo el nicaragüense sol de encendidos oros,
en la hacienda fecunda, plena de la armonía
del trópico; paloma de los bosques sonoros
del viento, de las hachas, de pájaros y toros
salvajes, yo os saludo, pues sois la vida mía.

Pesado buey, tú evocas la dulce madrugada
que llamaba a la ordeña de la vaca lechera,
cuando era mi existencia toda blanca y rosada;
y tú, paloma arrulladora y montañera,
significas en mi primavera pasada
todo lo que hay en la divina Primavera.