Nicaragua

Madre, que dar pudiste de tu vientre pequeño

tantas rubias bellezas y tropical tesoro,

tanto lago de azures, tanta rosa de oro,

tanta paloma dulce, tanto tigre zahareño.



Yo te ofrezco el acero en que forjé mi empeño,

la caja de armonía que guarda mi tesoro,

la peaña de diamantes del ídolo que adoro

y te ofrezco mi esfuerzo, y mi nombre y mi sueño.


Rubén Darío (1889).



Anidando en el porche

Anidando en el porche
dzu2012

viernes, 22 de agosto de 2014

Libertad



Doraldina Zeledón Úbeda

Entre ratos, voy haciendo mi jardín, no sólo para embellecer, también para contribuir con la descontaminación del ambiente y entender mejor a la naturaleza. La trinitaria o veranera ya creció bastante, las ramas iban desordenadas hacia la calle; entonces, las amarré para guiarla por donde yo quería que crecieran. A los pocos días, vi que se estaban secando, colgaban como estranguladas. Después comenzaron a retoñar por debajo del amarre, buscando nuevos caminos. Varios retoños por todos lados. Corté las puntas secas y las dejé crecer a su gusto. Luego estaban florecidas.

Pensé cuántas ideas y talentos dejan de florecer por estar faltos de libertad o mal orientados. Unas veces con la mejor intención, otras, con premeditación y ventaja.

Le quité la libertad de crecer y expresarse a su gusto, la desplacé por donde mi interés me apuntó, le amputé las ramas que se secaron por mi culpa. Y me regaló flores. Así es la naturaleza. Pero lo comprendemos hasta que todo está seco, cuando nos cobra por la destrucción. Cuando sentimos sed, calor y hambre. Porque creemos que los seres humanos somos dueños de todo lo que existe, incluyendo los de nuestra misma especie,  y los sometemos a nuestra voluntad y ambición.

Pero la libertad es consustancial al crecimiento y al desarrollo, a la creatividad, la seguridad, a la salud y a la vida misma. A la calidad de vida. A la alegría de ser, florecer  y proyectarnos. Y cuando se nos corta, buscamos otros caminos, y como la veranera, podemos hacer florecer nuestras ideas, opiniones y actos. No tenemos que esperar a que nos den la libertad, pues está ahí, es un derecho inherente a la condición humana. Entonces, hay que luchar no por el derecho a la libertad, si no por el derecho a disfrutarla. Si no somos libres es porque lo hemos permitido. Y así, nos pueden enderezar para acá y para allá.

Y pensé si el que tiene hambre puede ser libre. O si la libertad es más poderosa que el hambre.  Si podemos ser libres en medio de quienes hacen derroche de su “libertad”.  Y sometidos a mensajes de todo tipo, que nos confunden, bloquean el pensamiento y encojen el espíritu. 


Seguí reflexionando y quedé presa en un laberinto de libertades: libertad de expresión, libertad para disentir, libertad de pensamiento, libertad de cultos, de acceso a la información, de participación, de asociación, libertad de elegir, libertad de domicilio, libertad sexual, libertad de amar y de soñar, de hablar o callar, libertad para elegir tu destino… 

Pero también hay libertad para pagar, para comprar, libertad para acallar, libertad  para engañar, para excluir, para subvalorar, libertad del homo sapiens contra el animal. Y libertad para restringir la libertad. ¿Será por eso que “es más fácil encontrar rosas en el mar”? 

Y como sucede con los todos los derechos, éste igualmente tiene su límite: la libertad de los demás. Por eso también hay libertad para no dejarse quitar la libertad. “En un estado verdaderamente libre, el pensamiento y la palabra deben ser libres”, dice Suetonio, historiador romano. No sólo el pensamiento y la palabra, también la acción. Somos libres para pensar, opinar y actuar.

Yo doy gracias por ser libre. Por la libertad de autocensurarme para seguir siendo libre. ¿O estoy como el gorrión y la mariposa, entre vistosas flores, olores y sabores, bajo un espléndido cielo, y entrampados en una malla?