Doraldina Zeledón Úbeda
Entre ratos, voy
haciendo mi jardín, no sólo para embellecer, también para contribuir con la
descontaminación del ambiente y entender mejor a la naturaleza. La trinitaria o
veranera ya creció bastante, las ramas iban desordenadas hacia la calle;
entonces, las amarré para guiarla por donde yo quería que crecieran. A los
pocos días, vi que se estaban secando, colgaban como estranguladas. Después
comenzaron a retoñar por debajo del amarre, buscando nuevos caminos. Varios retoños
por todos lados. Corté las puntas secas y las dejé crecer a su gusto. Luego
estaban florecidas.
Pensé cuántas
ideas y talentos dejan de florecer por estar faltos de libertad o mal
orientados. Unas veces con la mejor intención, otras, con premeditación y
ventaja.
Le quité la
libertad de crecer y expresarse a su gusto, la desplacé por donde mi interés me
apuntó, le amputé las ramas que se secaron por mi culpa. Y me regaló flores.
Así es la naturaleza. Pero lo comprendemos hasta que todo está seco, cuando nos
cobra por la destrucción. Cuando sentimos sed, calor y hambre. Porque creemos
que los seres humanos somos dueños de todo lo que existe, incluyendo los de nuestra
misma especie, y los sometemos a nuestra
voluntad y ambición.
Pero la libertad
es consustancial al crecimiento y al desarrollo, a la creatividad, la seguridad,
a la salud y a la vida misma. A la calidad de vida. A la alegría de ser,
florecer y proyectarnos. Y cuando se nos
corta, buscamos otros caminos, y como la veranera, podemos hacer florecer
nuestras ideas, opiniones y actos. No tenemos que esperar a que nos den la
libertad, pues está ahí, es un derecho inherente a la condición humana. Entonces,
hay que luchar no por el derecho a la libertad, si no por el derecho a
disfrutarla. Si no somos libres es porque lo hemos permitido. Y así, nos pueden
enderezar para acá y para allá.
Y pensé si el que tiene hambre puede ser libre. O si la libertad es más poderosa que el hambre. Si podemos ser libres en medio de quienes hacen derroche de su “libertad”. Y sometidos a mensajes de todo tipo, que nos confunden, bloquean el pensamiento y encojen el espíritu.
Y pensé si el que tiene hambre puede ser libre. O si la libertad es más poderosa que el hambre. Si podemos ser libres en medio de quienes hacen derroche de su “libertad”. Y sometidos a mensajes de todo tipo, que nos confunden, bloquean el pensamiento y encojen el espíritu.
Seguí reflexionando
y quedé presa en un laberinto de libertades: libertad de expresión, libertad
para disentir, libertad de pensamiento, libertad de cultos, de acceso a la
información, de participación, de asociación, libertad de elegir, libertad de
domicilio, libertad sexual, libertad de amar y de soñar, de hablar o callar, libertad
para elegir tu destino…
Pero también hay libertad para pagar, para
comprar, libertad para acallar, libertad
para engañar, para excluir, para subvalorar, libertad del homo sapiens contra
el animal. Y libertad para restringir la libertad. ¿Será por eso que “es más
fácil encontrar rosas en el mar”?
Y como sucede con los todos los derechos, éste igualmente tiene su límite: la libertad de los demás. Por eso también hay libertad para no dejarse quitar la libertad. “En un estado verdaderamente libre, el pensamiento y la palabra deben ser libres”, dice Suetonio, historiador romano. No sólo el pensamiento y la palabra, también la acción. Somos libres para pensar, opinar y actuar.
Yo doy gracias por ser libre. Por la libertad de autocensurarme para seguir siendo libre. ¿O estoy como el gorrión y la mariposa, entre vistosas flores, olores y sabores, bajo un espléndido cielo, y entrampados en una malla?
Y como sucede con los todos los derechos, éste igualmente tiene su límite: la libertad de los demás. Por eso también hay libertad para no dejarse quitar la libertad. “En un estado verdaderamente libre, el pensamiento y la palabra deben ser libres”, dice Suetonio, historiador romano. No sólo el pensamiento y la palabra, también la acción. Somos libres para pensar, opinar y actuar.
Yo doy gracias por ser libre. Por la libertad de autocensurarme para seguir siendo libre. ¿O estoy como el gorrión y la mariposa, entre vistosas flores, olores y sabores, bajo un espléndido cielo, y entrampados en una malla?