Doraldina Zeledón Úbeda
http://www.elnuevodiario.com.ni/opinion/105510-cambiando-habitos-adultos
A veces, cuando hablamos de educación ambiental, pensamos en las escuelas o en brigadas de jóvenes. Y, hasta cierto punto, me parece razonable, pues a los mayores es difícil que la cabeza nos retoñe o que cambiemos las costumbres, porque el problema no es solo falta de información, sino un cambio de comportamiento.
En un hospital, un niño, cuando se terminó el refresco, buscó donde depositar la bolsa y no encontró recipiente. Fue al otro extremo del pasillo, y tampoco había donde echarla. O quizás estaba muy retirado. Solo había un rótulo que decía: deposite la basura en su lugar.
Se regresó, y lo echó en la cartera de su mamá... ¡Qué ejemplo! ¿Y los adultos?
Otro día, un niño buscaba dónde depositar una bolsa, la mamá se la quitó y la tiró a la calle.
En la escuela aprenden, esa enseñanza la llevan al hogar, pero a veces se impone la falta de información o el “hábito ingenuo”, y también el autoritarismo: en la casa mandan el papá y la mamá.
Si queremos que aprendan a no tirar la basura, a bajar el volumen a la televisión, tenemos que comenzar a hacerlo los mayores, porque la conducta se va copiando. Si el papá tira la basura a la calle, si la quema o amontona, eso mismo harán sus hijos más tarde y el problema se sigue multiplicando. En cambio, si mantiene limpio, eso aprenderán.
Hace poco escuché por la radio algo que da vergüenza decirlo: como los camiones recolectores de basura no pasaban, cuando llovió, la sacaron a la calle, para que se la llevara la corriente. La primera vez que oí algo así, no lo creía.
Me decía una señora que el problema en algunos vecindarios no es sólo el ruido, sino que es tan complejo como el tema de la propiedad. Me contó que cuando llueve, pasa eso: algunos tiran la basura a la cuneta. ¿Por qué nadie hace nada? Junto a la educación debería ir la ley, pero ni se conoce.
Y cuántas personas dicen que pueden hacer lo que quieren, porque están en su propiedad.
Así, queman basura, acumulan hojas, tierra y calaches, que se convierten en criaderos de insectos y contaminan más el ambiente. Y no solo es por desconocimiento. También puede haber arrogancia, prepotencia. Algunos creen que porque son los temidos o los tradicionales del barrio, pueden hacer lo que quieren. Inclusive, llaman a la familia y a amigos, para que los acuerpen en contra del que reclama, como pasó con la señora que denunció a la vecina, porque le tiraba la basura al techo. Y al que no le guste que se vaya a una residencial exclusiva, como si la pobreza fuera consustancial con la suciedad. Más bien deberíamos alegrarnos cuando en nuestro entorno hay gente aseada o el vecino pinta su casa. La limpieza es salud y hace atractivo un lugar.
Hace falta mucho tiempo y dinero para invertir patrones de conducta y que nos comportemos decentemente. Por eso, no basta un mensaje esporádico, ni con el trabajo de la escuela. Se necesita hacer labor en la calle, de casa en casa, por caminos y carreteras, en los lugares de diversión, en el trabajo. Y también dar alternativas, de nada sirve una campaña, si no hay gasolina para los camiones ni recipientes para la basura. Y aplicar la ley.
¿Podremos cambiar los mayores? Creo que sí. Con campañas de educación variadas y sostenidas. Habrá que buscar alternativas para desaprender y formar nuevos hábitos. No con un solo artículo ni con caminatas que generan más consumo y basura, incluyendo mantas y pancartas volátiles. Sería mejor visitas casa a casa. Y que la educación ambiental también llegue a las empresas. Si los adultos están en el trabajo, no tendrán acceso a los mensajes de algunos medios. Si están fuera del sistema escolar, igual. Pero pueden estar al tanto en la oficina, con capacitaciones, conferencias, boletines. Las empresas e instituciones deberían promover no solo la limpieza de su sector sino incidir para que sus empleados lleven la buena costumbre a su hogar.
Hagamos lo que hacen las campañas publicitarias, introducen un nuevo producto hasta que su consumo se hace un hábito, y si decae, va otra campaña para rescatar la costumbre. Son mensajes bien concebidos según sus objetivos, con imágenes y sonidos que invitan a estar en esa onda, para crear un estado deseable. Además, se repiten por varios medios, hasta que el público meta sienta el deseo de estar así o ser así, como el caballero o la estrella del anuncio.
En educación ambiental hacemos un anuncito, un mensaje solo dirigido a todo mundo, por tanto a nadie; y luego viene el bombardeo del consumismo, principal responsable de la destrucción del medioambiente.
Quizás habrá que, junto con la campaña contra la basura, hacer otra en pro de la limpieza. Si destacamos lo bonito y saludable de algún lugar, lo ejemplar de una familia, una escuela, un barrio, una empresa, a lo mejor nos motiva más, porque como que estamos acostumbrados a la suciedad y a que nos digan cochinos; entonces no importa, así somos y qué, si no querés ver basura y humo, pues te vas a otro lugar donde nadie te moleste. Y si es extranjero el que se queja, que se vaya por donde vino.
Quizás podamos recibir con más entusiasmo una campaña así. Con mensajes y acciones que nos saquen de la apatía, del yoquepierdismo y nos creen una atmósfera de entusiasmo por tener una ciudad limpia y bonita. Así como nos desbordamos por el fútbol, por el Río San Juan, así podríamos hacerlo por nuestra ciudad. Demostrar nuestra soberanía cuando decidimos tener un país limpio. Cuando optamos por actividades y productos menos contaminantes. Y crear un estado deseable superior en cada uno: orgullo por ser un país educado, civilizado.
En fin, anclar la limpieza a salud, a prosperidad, y hacer de cada ciudad un lugar agradable, respetuoso y protector del medioambiente y los derechos humanos, donde se pueda vivir mejor, porque así lo queremos y así lo hacemos. Todos los sectores, no solo las autoridades.