Pintura de Leoncio Sáenz.
Doraldina Zeledón Úbeda
Se han señalado repetidamente los tres incentivos que llevaron a los españoles a colonizar América: el impulso guerrero adquirido al reconquistar su propio territorio de manos árabes, el misticismo misional católico; la codicia (de oro, de esclavos, de mujeres). Entre estos móviles, cada historiador, cada ensayista, destaca el que más impresiona su sensibilidad, pero no hay duda que el conjunto de los tres factores aducidos es el que determina ese proceso que habría de integrar al mundo, prácticamente, con la mitad que de él faltaba. César Fernández Moreno
En especial en cada octubre, pero también de manera permanente, nuestro objetivo debería ser reflexionar sobre nuestra identidad cultural, sobre nuestros orígenes, sobre nuestra cultura; pero no, definitivamente, celebrar la venida de Colón, ni lo que eufemísticamente se ha llamado, Día de la Raza, Día de la Hispanidad, Encuentro de dos Mundos o Encuentro de dos Culturas. ¿Cuál raza?, ¿la que exterminaron en las minas? ¿Cuál encuentro? ¿Podrá llamarse encuentro a la imposición, a la destrucción y al saqueo? ¿O acaso los españoles celebran y le llaman encuentro a la invasión que recibieron por parte de los árabes? (Creo que el gobierno de doña Violeta, en vez de retirar de la Haya la demanda en contra de Estados Unidos, debió introducir una demanda para que también España e Inglaterra indemnicen a Nicaragua).
Nuestro objetivo no debe ser celebrar, si quieren que celebren ellos. Como dice Salomón de la Selva: que España crea noble hazaña la conquista de América, que Hernán Cortez sea su bálsamo por la conquista mora que la mordió en carne viva, y la tumbó en el campo y la hizo parir crías de piel aceitunada.
Nosotros, no, nos arden todavía,
los pies quemados de Cuauhtémoc
los lomos fatigados de esclavos en las minas,
y el tener que reír, no bastando las lágrimas,
para dar fe de que éramos humanos.
Nuestro objetivo debe ser rescatar los valores autóctonos, los valores nacionales, y apropiarnos de esa cultura, que a veces es rechazada hasta por nosotros mismos. Cuando hablamos de recuperación de nuestra identidad cultural, no es que pretendamos regresar a la época de los aborígenes ni obviar lo que pudo haber de bueno con la venida de los españoles, pues habría que reconocer, junto con Salomón de la Selva que:
La España nuestra, la España que llevamos,
(... ) es la del habla hermosa que nos trajo el Evangelio,
la que nos dio las bestias amables del establo
y del pesebre de los nacimientos,
y el arado, y la imprenta, y la vacuna,
y el carro, y el trigo, y la manzana,
¡Y la pasión desesperada de ser libres
aun de ella misma!
Por otro lado, no podemos ignorar la influencia africana en la cultura y la religión, a través de los negros traídos como esclavos: dice Salomón de la Selva:
La Codicia de España y la concupiscencia de Inglaterra
nos trajeron del África esclavos negros.
Eran altos y magros, de pelambres en florón;
rítmicas las mujeres, de pechos como cocos;
y con ellos ahondaron raíces las palmeras
y un largo canto lúbrico se estremeció en el viento.
¡Qué rosas, Dios, las bocas de las negras!
Con sangre de África se mezcló la autóctona;
mieles de África hirvieron en españolas venas, a orgullo lo tenemos.
Y enmarcados en más de 500 años de arrasamiento, tampoco podemos ignorar la imposición, el saqueo y la depredación de sucesivos conquistadores, ni la influencia de los demás países en nuestra cultura, a través del intercambio comercial y de la globalización. Es decir, son muchos los elementos que han venido influyendo en nuestra identidad. Entonces, ¿Cuál es nuestra identidad cultural? ¿Qué vamos a rescatar? El propósito fundamental debe ser conocer mejor nuestras raíces indígenas, nuestra música, nuestros nombres autóctonos, nuestras danzas, nuestros paisajes, ver a Nicaragua formada como un sólo país, producto de los diferentes grupos étnicos existentes antes de la venida de Colón y la imposición de dos culturas distintas, que se entronizaron, una en el Pacífico y la otra en el Atlántico, formando así, como dice Lizandro Chávez Alfaro, “un país incrustado en otro”.
Para ver a Nicaragua como un sólo país, tenemos que realizar un mutuo proceso de aprendizaje, de compenetración de la cultura y problemas de cada región, tenemos que ir haciendo conciencia en nosotros mismos, aprender a reconocer y a querer lo nuestro, a no deslumbrarnos con los espejos y cuentas de vidrio de los extranjeros. Tenemos que, como país subdesarrollado, insertarnos en el avance científico y tecnológico, pero eso no significa menospreciar nuestros valores.
Así como cada individuo es parte de la sociedad, pero es único en su individualidad; así cada país, cada región, tiene sus peculiaridades, sus individualidades; y a la vez elementos comunes, que las unen. Pues bien, debemos conocer, respetar y cultivar esas peculiaridades y eso que nos une entre las regiones, y entre los países de América Latina; y ser dignos representantes de sus culturas.
Finalmente dejo para la reflexión, las siguientes recomendaciones del Dr. Franco Cerutti, tomadas de su ensayo El mundo indígena en la poesía nicaragüense contemporánea.
1- Es obvio que el espíritu - y por ende la cultura - no pueden conocer fronteras, y menos aún sujetarse a ínfulas nacionalistas y vanas autarquías, especialmente en una época que, como la nuestra, ha incrementado y facilitado con tanta pujanza, los intercambios internacionales, y que preludia las relaciones interespaciales; pero es igualmente indiscutible que ciertas ascendencias culturales, al igual que las linfas sanguíneas y vitales, no deberían ser menospreciadas y menos todavía renegadas, en el cuadro de una armoniosa formación espiritual.
2- No se debería enseñar en las escuelas de ballet “La muerte del Cisne” o “Coppelia”, cuando existe ignorado, o conocido exclusivamente en teoría, todo un exuberante filón de danzas nacionales que, a ese paso, acabará, tarde o temprano, por malograrse.
3- Que antes de calcar los esquemas y módulos poéticos de Paul Valery, de Joyce o de Walt Witman, un centroamericano tendría el deber, además del interés, de saberse de memoria, por lo menos, el Popol Vuh. (y nosotros,también el Guegüense).
4- Que antes de ocuparse de traducciones de escritores lejanos, por espíritu y forma, el estudioso americano haría bien en preparar ediciones, si no ya críticas, cuando menos aceptables, por lo menos de sus grandes escritores. ¿Alcanzaremos un día a ver publicadas las obras completas de Salomón de la Selva, del padre Pallais, de José Coronel Urtecho, etc.; en lugar de tener que buscar siempre, y a menudo en vano, en fascículos y revistas amarillentas por el tiempo y la humedad tropical?
Pintura de Leoncio Sáenz
5- Que está bien cultivar la pintura abstracta y la música más avanzada,
pero a condición de haber aprendido y asimilado primero, las lecciones figurativas y sonoras del mundo indígena americano, como en el caso de los pintores nicaragüenses Rodrigo Peñalba y Leoncio Sáenz o del compositor guatemalteco Jorge Alvarado Sarmiento.
Conferencia en la Universidad Politécnica de Nicaragua, el 12 de octubre de 1992, con motivo de los 500 años del comienzo del arrasamiento de América,
Publicado originalmente en Barricada, luego en El Nuevo Diario.
A Colón
Rubén Darío
¡Desgraciado Almirante! Tu pobre América,
tu india virgen y hermosa de sangre cálida,
la perla de tus sueños, es una histérica
de convulsivos nervios y frente pálida.
Un desastroso espíritu posee tu tierra:
donde la tribu unida blandió sus mazas,
hoy se enciende entre hermanos perpetua guerra,
se hieren y destrozan las mismas razas.
Al ídolo de piedra reemplaza ahora
el ídolo de carne que se entroniza,
y cada día alumbra la blanca aurora
en los campos fraternos sangre y ceniza.
Desdeñando a los reyes nos dimos leyes
al son de los cañones y los clarines,
y hoy al favor siniestro de negros Reyes
fraternizan los Judas con los Caínes.
Bebiendo la esparcida savia francesa
con nuestra boca indígena semi-española
día a día cantamos la Marsellesa
para acabar danzando la Carmañola.
Las ambiciones pérfidas no tienen diques,
soñadas libertades yacen deshechas:
¡Eso no hicieron nunca nuestros Caciques,
a quienes las montañas daban las flechas!
Ellos eran soberbios, leales y francos,
ceñidas las cabezas de raras plumas;
¡ojalá hubieran sido los hombres blancos
como los Atahualpas y Moctezumas!
Cuando en vientres de América cayó semilla
de la raza de hierro que fue de España,
mezcló su fuerza heroica la gran Castilla
con la fuerza del indio de la montaña.
¡Pluguiera a Dios las aguas antes intactas
no reflejaran nunca las blancas velas;
vieran las estrellas estupefactas
arribar a la orilla tus carabelas!
Libres como las águilas, vieran los montes
pasar los aborígenes por los boscajes,
persiguiendo los pumas y los bisontes
con el dardo certero de sus carcajes.
Que más valiera el jefe rudo y bizarro
que el soldado que en fango sus glorias finca,
que ha hecho gemir al zipa bajo su carro
o temblar las heladas momias del Inca.
La cruz que nos llevaste padece mengua;
y tras encanalladas revoluciones,
la canalla escritora mancha la lengua
que escribieron Cervantes y Calderones.
Cristo va por las calles flaco y enclenque,
Barrabás tiene esclavos y charreteras,
y las tierras del Chibcha, Cuzco y Palenque
han visto engalonadas a las panteras.
Duelos, espantos, guerras, fiebre constante
en nuestra senda ha puesto la suerte triste:
¡Cristóforo Colombo, pobre Almirante,
ruega a Dios por el mundo que descubriste!