Doraldina Zeledón Úbeda
Cuatro veces al día
cruzábamos el puente para ir a la Escuela Normal de Estelí, pues eran dos
turnos. Me daba miedo acercarme a la orilla, por las aguas serenas de la poza
profunda. O furiosas, en invierno. Recuerdo el último día de clases. Algunos
compañeros tiraron cuadernos, que
navegaron río abajo. Hoy, me daría miedo caer entre las piedras, y la basura
que tiran los vecinos… hijos del río...
Por la rampa hacia
el barrio El Rosario, ha quedado, todavía, un charquito verdoso, entre monte
seco, piedras, basura y rastros de quemas. En las laderas, algunos palos secos.
Unos pocos vivos. No hay agua, no hay río… Dime tú, Puente de Hierro, dónde se
ha ido…
Y dice gente del Tisey
que la desaparición “de repente” de la cascada La Estanzuela, no es sólo por la
deforestación, también por los motores que chupan agua todos los días, para los
plantíos de verduras y frutas. Si detienen los motores, no habrá hortalizas; y
las que haya, serán más caras. Y si las
mulas dejan de ir al ojo de agua, no tendremos flores, alimentos para el alma. ¿Qué
hacer? Quizás un horario. Riego por turnos o en días alternos. Y cosechar agua
en invierno. Además de reforestar.
Todo se está
secando, no solo el salto La Estanzuela. Y no sólo las hortalizas requieren agua,
también la ganadería, el tabaco. Y todos despalan. Sin árboles no hay agua, sin agua no hay vida. ¿Qué hacemos?
Seguramente con el despertar de la conciencia ambiental, comenzamos ya a
reforestar e impedir la tala indiscriminada. Y la población defienda sus
bosques y ríos. Pues de nada sirve sembrar, si no se cuidan los arbolitos, si
no se para el despale.
Y sembrar no sólo
en las laderas, ni sólo en el campo. En las calles también. Algunas podrían ser
de una vía; otras, peatonales y ciclovías. Y dejar espacio para árboles de
verdad a la orilla, porque en las aceras no es conveniente, para no obstruir la
pasada. Por supuesto, hay que saber qué plantar. Que no dañen construcciones,
ni sistemas de drenaje, agua potable y aguas residuales. Debería ser una
exigencia del código de construcción y otras normas de urbanismo, que en cada
solar haya por lo menos un arbolito.
Las ciudades
deberían volver la vista hacia sus ríos. Recuperarlos, cuidarlos y agradecerles,
no abalanzarse vorazmente sobre ellos, buscando garrobos, peces, leña. Y dónde
lavar los vehículos. En cambio, qué
saludable sería crear espacios verdes, jardines en sus riberas. Eso lo podemos
hacer desde el vecindario.
No cuesta mucho
sembrar y cuidar las plantas. Mientras unos lo hacen en el campo, quienes no
podemos, arboricemos el ambiente urbano. Además de contribuir a descontaminar
el aire y atraer el agua, tendríamos ciudades más frescas y atractivas. ¿Sueña
con su pueblo más bonito y sano? Se puede hacer realidad. Pero es necesario, simultáneamente,
erradicar la mala educación de tirar basura en las aceras, dañar las plantas u
orinarse en ellas. Mis pobres matitas no han podido crecer.
Y si no hacemos
nada, Señor, no nos perdones, porque sí sabemos lo que hacemos. Y lo que no
hacemos.
La autora es
profesora y comunicadora.