Nicaragua

Madre, que dar pudiste de tu vientre pequeño

tantas rubias bellezas y tropical tesoro,

tanto lago de azures, tanta rosa de oro,

tanta paloma dulce, tanto tigre zahareño.



Yo te ofrezco el acero en que forjé mi empeño,

la caja de armonía que guarda mi tesoro,

la peaña de diamantes del ídolo que adoro

y te ofrezco mi esfuerzo, y mi nombre y mi sueño.


Rubén Darío (1889).



Anidando en el porche

Anidando en el porche
dzu2012

martes, 18 de febrero de 2020

Reforestemos campos y ciudades Doraldina Zeledón Úbeda


Reforestemos campos y ciudades
Doraldina Zeledón Úbeda

Cuatro veces al día cruzábamos el puente para ir a la Escuela Normal de Estelí, pues eran dos turnos. Me daba miedo acercarme a la orilla, por las aguas serenas de la poza profunda. O furiosas, en invierno. Recuerdo el último día de clases. Algunos compañeros tiraron  cuadernos, que navegaron río abajo. Hoy, me daría miedo caer entre las piedras, y la basura que tiran los vecinos… hijos del río...

Por la rampa hacia el barrio El Rosario, ha quedado, todavía, un charquito verdoso, entre monte seco, piedras, basura y rastros de quemas. En las laderas, algunos palos secos. Unos pocos vivos. No hay agua, no hay río… Dime tú, Puente de Hierro, dónde se ha ido…

Y dice gente del Tisey que la desaparición “de repente” de la cascada La Estanzuela, no es sólo por la deforestación, también por los motores que chupan agua todos los días, para los plantíos de verduras y frutas. Si detienen los motores, no habrá hortalizas; y las que haya, serán más caras.  Y si las mulas dejan de ir al ojo de agua, no tendremos flores, alimentos para el alma. ¿Qué hacer? Quizás un horario. Riego por turnos o en días alternos. Y cosechar agua en invierno.  Además de reforestar.    

Todo se está secando, no solo el salto La Estanzuela. Y no sólo las hortalizas requieren agua, también la ganadería, el tabaco. Y todos despalan. Sin árboles no hay agua, sin agua no hay vida. ¿Qué hacemos? Seguramente con el despertar de la conciencia ambiental, comenzamos ya a reforestar e impedir la tala indiscriminada. Y la población defienda sus bosques y ríos. Pues de nada sirve sembrar, si no se cuidan los arbolitos, si no se para el despale.

Y sembrar no sólo en las laderas, ni sólo en el campo. En las calles también. Algunas podrían ser de una vía; otras, peatonales y ciclovías. Y dejar espacio para árboles de verdad a la orilla, porque en las aceras no es conveniente, para no obstruir la pasada. Por supuesto, hay que saber qué plantar. Que no dañen construcciones, ni sistemas de drenaje, agua potable y aguas residuales. Debería ser una exigencia del código de construcción y otras normas de urbanismo, que en cada solar haya por lo menos un arbolito.
Las ciudades deberían volver la vista hacia sus ríos. Recuperarlos, cuidarlos y agradecerles, no abalanzarse vorazmente sobre ellos, buscando garrobos, peces, leña. Y dónde lavar los vehículos.  En cambio, qué saludable sería crear espacios verdes, jardines en sus riberas. Eso lo podemos hacer desde el vecindario.
No cuesta mucho sembrar y cuidar las plantas. Mientras unos lo hacen en el campo, quienes no podemos, arboricemos el ambiente urbano. Además de contribuir a descontaminar el aire y atraer el agua, tendríamos ciudades más frescas y atractivas. ¿Sueña con su pueblo más bonito y sano? Se puede hacer realidad. Pero es necesario, simultáneamente, erradicar la mala educación de tirar basura en las aceras, dañar las plantas u orinarse en ellas. Mis pobres matitas no han podido crecer.

Y si no hacemos nada, Señor, no nos perdones, porque sí sabemos lo que hacemos. Y lo que no hacemos.

La autora es profesora y comunicadora.