Doraldina Zeledón Úbeda
Supe de San Francisco de Asís por mi formación católica. Sabía de su amor por los pobres y su oración de la paz. Luego, con “Los motivos del lobo” de Rubén Darío, aprendí que llamaba hermanos a los animales. Para entender este poema, busqué el significado del “lobo de Gubbio” y me encontré con la leyenda del santo de Asís y el lobo del pueblo de Gubbio.
Descubrí, en el libro “El Gemido de la Creación”, de Giacomo Panteghini, que el amor de San Francisco no era sólo por los pobres y por los animales, también por los seres inanimados: “Camina reverentemente sobre las piedras, por devoción a Cristo que es llamado “la piedra”. “A los hermanos que cortan la leña les prohíbe arrancar las raíces a fin de que el árbol pueda echar nuevos brotes. Quiere que al lado de la huerta haya también un jardín donde las flores canten la belleza del Señor”.
Sus prédicas y práctica de armonía no eran sólo entre los humanos, también por la paz y armonía con la naturaleza: “no teme a las creaturas, ni las busca para dominarlas ni poseerlas, sino para fraternizar con ellas y alabar juntos al Señor de todos”. “Pobre y libre, él no desea a las creaturas como objeto de placer o de poder, sino que las ama y admira como don de Dios, contribuyendo a liberarlas de su cautiverio”. Pero no las ve sólo como parte de la Creación, su respeto no proviene del miedo, sino que las valora como hermanas, como parte común del universo del que él se siente el hermano menor. No defiende la naturaleza para aprovecharla mejor, sino por respeto, amor y honda ternura.
Dice Darío en su poema, recreando la leyenda:
“Y el gran lobo, humilde: -- “¡Es duro el invierno,
y es horrible el hambre! En el bosque helado
no hallé qué comer; y busqué el ganado,
y en veces comí ganado y pastor.
¿La sangre? Yo vi más de un cazador
sobre su caballo, llevando el azor
al puño; o correr tras el jabalí,
el oso o el ciervo; y más de uno vi
mancharse de sangre, herir, torturar,
de las roncas trompas el hondo clamor,
a los animales de Nuestro Señor,
¡Y no era por hambre que iban a cazar!”
Panteghini hace dos lecturas de la leyenda: el lobo hambriento y amenazante es símbolo de la naturaleza violada y oprimida, que se vuelve en contra del mismo opresor. La fiera se ha tornado agresiva por causa del hambre y los malos tratos. La naturaleza se ha tornado amenazante por malos manejos de los recursos naturales. Ésta es la lectura ecológica. En cuanto a la lectura política: “una vez identificada la causa de la agresividad, el hambre, y al establecer un régimen de mutua ayuda y respeto, se hace posible la paz y la convivencia civilizada”. También habla de la “amenaza” que los ricos ven en los pobres: “El lobo terrible, que se ha vuelto feroz por causa del hambre, que ataca a los ciudadanos de Gubbio, puede verse hoy como la personificación del mundo de la pobreza y la marginación (el Sur) y el que es mirado como un inminente peligro desde el mundo de la abundancia (el Norte) que se encierra dentro de los muros de sus propios intereses egoístas y procura mantener a distancia a su molesto agresor”.
Sin embargo, quienes atentan contra la humanidad y la vida toda del planeta, son la cultura consumista y la injusticia social, en las cuales los pobres no tienen responsabilidad alguna y más bien sufren las consecuencias.
Así como el lobo era una amenaza para los pobladores porque tenía hambre y buscaba qué comer, igual se culpa a los indígenas y campesinos por dañar, por ejemplo, las Áreas Protegidas, cuando buscan algo para su sustento; pero lo hacen por necesidad, no como quienes consumen sin medida y acaban con los recursos naturales. Por ello, para proteger el medio ambiente, por un lado hay que generar alternativas económicas y de equidad social que ayuden a erradicar la pobreza; y por otro, cambiar los patrones de consumo desmedido.
Eñ Nuevo Diaro.Managua - Viernes 05 de Octubre de 2007
Los motivos del Lobo
Rubén Darío
El varón que tiene corazón de lis,
alma de querube, lengua celestial,
el mínimo y dulce Francisco de Asís
está con un rudo y torvo animal,
bestia temerosa de sangre y de robo,
las fauces de furia, los ojos de mal:
¡el lobo de Gubbio, el terrible lobo!
Rabioso, ha asolado los alrededores;
cruel, ha desecho todos los rebaños;
devoró corderos, devoró pastores,
y son incontables sus muertes y daños.
Francisco salió:
al lobo buscó
en su madriguera.
Cerca de la cueva encontró a la fiera
enorme, que al verle se lanzó feroz
contra él. Francisco con su dulce voz,
alzando la mano,
al lobo furioso dijo:-- “¡Paz, hermano
lobo!” El animal
contempló al varón de tosco sayal;
dejó su aire arisco,
cerró las abiertas fauces agresivas,
y dijo: -- “¡Está bien, hermano Francisco!”
“¡Cómo! -- exclamó el santo-- ¿Es ley que tú vivas
de horror y de muerte?
¿La sangre que vierte
tu hocico diabólico, el duelo, el espanto
que esparces, el llanto
de los campesinos, el grito, el dolor
de tanta criatura de Nuestro Señor,
no han de contener tu encono infernal?
¿Vienes del infierno?
¿Te ha infundido acaso su rencor eterno
Luzbel o Belial?”
Y el gran lobo, humilde:-- “¡Es duro el invierno,
y es horrible el hambre! En el bosque helado
no hallé qué comer; y busqué el ganado,
y a veces comí ganado y pastor.
¿La sangre? Yo vi más de un cazador
sobre su caballo, llevando el azor
al puño; o correr tras el jabalí,
el oso o el ciervo; y a más de uno vi
mancharse de sangre, herir, torturar,
de las roncas trompas el hondo clamor.
¡Y no era por hambre que iban a cazar!
Francisco responde:-- “En el hombre existe
mala levadura.
Cuando nace, viene con pecado. Es triste.
Mas el alma simple de la bestia es pura.
Tú vas a tener
desde hoy qué comer.
Dejarás en paz
rebaños y gentes en este país.
¡Qué Dios melifique tu ser montaraz!”
-- “Está bien, hermano Francisco de Asís”.
-- “Ante el señor, que todo ata y desata,
en fe de promesa, tiéndeme la pata.”
El lobo tendió la pata al hermano
de Asís, que a su vez le alargó la mano.
Fueron a la aldea. La gente veía
y lo que miraba casi no creía.
Tras el religioso iba el lobo fiero,
Y, baja la testa, quieto le seguía
como un can de casa, o como un cordero.
Francisco llamó la gente a la plaza
y allí predicó.
Y dijo:”-- He aquí una amable caza.
El hermano lobo se viene conmigo;
me juró no ser ya vuestro enemigo;
y no repetir su ataque sangriento.
Vosotros, en cambio, daréis su alimento
a la pobre bestia de Dios”. -- ¡Así sea!”,
Contestó la gente toda de la aldea.
Y luego, en señal
de consentimiento,
movió testa y cola el buen animal,
y entró con Francisco de Asís al Convento.
Algún tiempo estuvo el lobo tranquilo
en el santo asilo.
Sus bastas orejas los salmos oían
y los claros ojos se le humedecían.
Aprendió mil gracias y hacía mil juegos
cuando a la cocina iba con los legos.
Y cuando Francisco su oración hacía
el lobo las pobres sandalias lamía.
Salía a la calle,
Iba por el monte, descendía al valle,
entraba a las casas y le daban algo
de comer. Mirábanle como a un manso galgo.
Un día, Francisco se ausentó. Y el lobo
dulce, el lobo manso y bueno, el lobo probo,
desapareció, tornó a la montaña,
y recomenzaron su aullido y su saña.
Otra vez, sintióse el temor, la alarma,
entre los vecinos y entre los pastores;
colmaba el espanto los alrededores,
de nada servían el valor y el arma,
pues la bestia fiera
no dio tregua a su furor jamás,
como si tuviera
fuegos de Moloch y de Satanás.
Cuando volvió al pueblo el divino santo,
todos lo buscaron con quejas y llanto,
y con mil querellas dieron testimonio
de lo que sufrían y perdían tanto
por aquel infame lobo del demonio.
Francisco de Asís se puso severo.
Se fue a la montaña
a buscar al falso lobo carnicero.
Y junto a su cueva halló a la alimaña.
-- “En nombre del Padre del sacro universo,
conjúrote -- dijo-- ¡Oh lobo perverso!,
a que me respondas: ¿Por qué has vuelto al mal?
Contesta. Te escucho”.
Como en sorda lucha, habló el animal,
la boca espumosa y el ojo fatal:
-- “Hermano Francisco, no te acerques mucho…
Yo estaba tranquilo allá en el convento;
al pueblo salía,
y si algo me daban estaba contento
y manso comía.
Mas empecé a ver que en todas las casas
estaban la Envidia, la Saña, la Ira,
y en todos los rostros ardían las brasas
de odio, de lujuria, de infamia y mentira.
Hermanos a hermanos hacían la guerra,
perdían los débiles, ganaban los malos,
hembra y macho eran como perro y perra,
y un buen día todos me dieron de palos.
Me vieron humilde, lamía las manos
y los pies. Seguía tus sagradas leyes,
todas las criaturas eran mis hermanos:
los hermanos hombres, los hermanos bueyes,
hermanas estrellas y hermanos gusanos.
Y así, me apalearon y me echaron fuera.
Y su risa fue como un agua hirviente;
Y entre mis entrañas revivió la fiera,
mas siempre mejor que esa mala gente,
y recomencé a luchar aquí,
a me defender y a me alimentar.
Como el oso hace, como el jabalí,
que para vivir tienen que matar.
Déjame en el monte, déjame en el risco,
déjame existir en mi libertad,
vete a tu convento, hermano Francisco,
sigue tu camino y tu santidad”.
Y el santo de Asís no le dijo nada.
Le miró con una profunda mirada,
y partió con lágrimas y con desconsuelos,
y habló al Dios eterno con su corazón.
El viento del bosque llevó su oración
que era: “Padre nuestro, que estás en los cielos…”
(París, diciembre de 1913).