Doraldina Zeledón Úbeda
Los fumadores pasivos son las personas que no fuman, pero comparten espacios con quienes sí lo hacen y por tanto respiran el humo que va al entorno y que contiene los mismos tóxicos que el humo que absorben los fumadores. Así, éstos no sólo afectan su salud, sino también la de quienes están cerca, principalmente su familia y los compañeros de trabajo. Ambos, fumadores y no fumadores, necesitan apoyo. Si sólo se protege a los que no fuman, no sirve de mucho. ¿O acaso sólo importa la salud de los fumadores pasivos?
Entre los componentes que están disueltos en el humo del tabaco, está el alquitrán, que es una sustancia irritativa y cancerígena; y el monóxido de carbono, gas asfixiante que disminuye la cantidad de oxígeno en el cuerpo. Por lo tanto, al respirar continuamente el humo de tabaco ajeno, el fumador pasivo está expuesto a muchas de las enfermedades que afectan al fumador, como cáncer de pulmón, enfermedades cardiovasculares, asma, infecciones de los pulmones, nariz, bronquios, etc.
Por esto podemos pasar quienes no fumamos, pero estamos expuestos constantemente al humo del cigarro. Y somos fumadores doblemente pasivos, pues nada hacemos. Si se aumentan los impuestos y se prohíbe la publicidad, las empresas tabacaleras comienzan su campaña; pero quienes respiramos el humo de tabaco, nos callamos. ¿Y qué hacen las instituciones, las organizaciones, las iglesias, los padres de familia, para que el vicio no alcance a los jóvenes? ¿Qué hacen las instituciones del ambiente, de salud, de educación, de la familia? Bueno, hay algún trabajo, pero es muy poco comparado con la cantidad de mensajes que se reciben a diario, ya sea mediante publicidad, puestos ventas, películas o la práctica social.
En algunas universidades se percibe en los pasillos, el humo y el olor a tabaco, especialmente en los recesos. Y mientras se habla durante la clase, en medio de la bruma del tabaco, ayudada por el ruido, la garganta de los docentes sufre. Y en los trabajos sucede igual. Los empleadores deberían garantizar que en ahí no se fume. Y los trabajadores exigirlo, podría ser parte de las condiciones laborales en el convenio colectivo. Debería haber una campaña de sensibilización y atención para quienes deseen dejar el vicio. Atendiendo a los fumadores, se protege a los no fumadores. Y la campaña de algunas universidades debería ser ejemplo para las otras.
Un día de éstos leí una noticia sobre una entidad ecológica, en otro país: anduvieron repartiendo ceniceros por la playa. Por supuesto que con eso disminuirían la contaminación por residuos sólidos, pero, ¿el humo de tabaco acaso no contamina? Más aún cunado al parecer se fuma mucho, pues, según la nota, las colillas “suponen el 60% de los residuos acumulados en la arena”. Claro, con lo difícil que es el control del tabaco, algo se hace con evitar que las colillas ensucien las playas.
Hay un poco de conciencia sobre la basura, pero no tomamos en cuenta que el humo, residuo de una actividad humana, contamina el medioambiente, llega a nuestro organismo, y nos va matando poco a poco. Si alguien nos tira la basura frente a la casa, nos molestamos. Sin embargo, por el humo no decimos nada. Inclusive, a veces un amigo nos pregunta, “¿no te importa que fume?” Y como nos da vergüenza o temor decir “sí, me molesta, porque afecta mi salud. Y también me preocupa porque afecta tu salud”, entonces contestamos, “no, no importa”. O no decimos nada, aunque la tos hable por nosotras.
Quizás un temor para la lucha antitabáquica sea que al disminuir el consumo se afecte la economía y el empleo. Sería bueno tener estudios para comparar: ¿Cuántos ingresos recibe el Estado por la producción de tabaco? ¿Cuánto gasta en atención de las enfermedades que provoca? ¿Cuánto gastan las familias en forma privada? ¿Cuánto se pierde por subsidio o por inasistencia laboral? ¿Cuánto se gasta en salud de las personas afectadas en los procesos de producción? ¿Cuánto gastan los fumadores en cigarrillos?, etc. Si no se siembra tabaco, se puede sembrar otro producto, por ejemplo maíz, que dará trabajo y alimentos. ¿Que no es igual? Puede ser, pero el maíz no enferma ni mata, da vida. Sin embargo, no decimos nada y seguimos pasivamente entre la bruma del tabaco y sus secuelas. Y sufriendo cuando los amigos adictos al cigarro, se enferman.
Otro temor es que los fumadores se enojen, y nos reclamen que ya saben que es dañino, pero que no necesitan que se los digan. Además, es su dinero el que queman. Entonces, antes de que nos contesten mal (no todos), preferimos callar. Por eso, el trabajo debería ser campañas de sensibilización general, no directas con cada fumador. Si está verdaderamente consciente de que el cigarro contamina el medioambiente, daña su salud y la de quienes tiene cerca, muy probablemente buscará dejar de fumar. El asunto no es rechazarlos, sino dejar de ser pasivos y ayudarles, aunque digan que no necesitan apoyo.
Lo ideal sería que quienes deseen dejar el vicio, se unan. Ahora que están de moda las redes, ¿por qué no juntarse para auto ayudarse y rescatar su salud?