Los niños ante las catástrofes socioambientales
Doraldina Zeledón Úbeda
Vino la primera tormenta tropical y ya están los estragos causados por la lluvia y el viento. También por el estado de vulnerabilidad ante la pobreza y la falta de prevención. Y no es sólo por pobreza, sino por descuido de los gobiernos y por el gasto en actividades que consumen los recursos y poco resuelven, como las cumbres. En todas partes. Encuentros en nombre del hambre o pagados por el hambre, mientras los niños se mueren por falta de alimentos, de medicinas y de agua. Y no me refiero solamente a Nicaragua. En el mundo se hacen muchos esfuerzos por erradicar el hambre, pero también se hacen demasiadas cumbres. Se firman, se ratifican y se vuelven a ratificar acuerdos para volverse a reunir y volverlos a ratificar. Pareciera que no hay coordinación y que reina el protagonismo, en algunos casos.
La prevención es fundamental. Se ha venido hablando del cambio climático y sus consecuencias en los países pobres, y no se le ha dado la debida atención. No debería decirse que la tormenta Alma nos cogió por sorpresa, pues si los científicos han anunciado cambios, deberíamos estar preparados. Además, a tan solo unos pocos días del inicio de la temporada de huracanes, no es para que fuese sorpresa.
Ante los primeros desastres, los refugios son las escuelas. Niños y niñas pierden sus clases. Y pierden su merienda. Y si están en el albergue, habría que ver qué atención se les presta, en todo sentido: alimentación, medicina, protección física. Y sicológica. Recuerdo uno de los huracanes, en el albergue había tanta gente que el solo hecho de que todos habláramos, ya creaba caos. Más el radio que llevaba cada familia para estar informada. No sé si la situación del local era más estresante que el temor al huracán.
Cuando pasa la tormenta, cada familia a su casa, si es que no se le derrumbó, de lo contrario continúa en el albergue. Entonces, viene el mayor problema para niños y niñas: el hambre, la necesidad de servicios higiénicos, las enfermedades, la falta de agua y energía eléctrica. Y ellos no tienen culpa de lo que sucede, menos los niños pobres. Apenas están comenzando a conocer el mundo, a abrir sus ojos ante la naturaleza para ver lo que se les ha heredado. Y sin sospechar todo lo que se les ha negado. Y también están comenzando a sufrir por culpa de quienes hemos creado el problema.
¿Pero qué podemos hacer para ayudarle a niños y niñas ante los desastres socioambientales? Resguardarlos, protegerlos. En los albergues, darles atención suficiente, en todo sentido. Valdría la pena escucharlos, saber si sienten hambre, frío, miedo. No sólo suponer lo que sienten. Y procurar que en cuando la situación pase, regresen a clase. Que la escuela vuelva a ser escuela. Sin educación, un país no puede salir de la pobreza.
El Estado debería construir albergues seguros, para no utilizar las escuelas en caso que sea necesaria la permanencia por mucho tiempo, esto evitaría que se pierdan las clases. ¿Que no hay dinero? Si no se derrocha, hay. Si las donaciones no se desvían, hay dinero. Se podrían sumar los sueldos regalados, el presupuesto para publicidad, las extras de los diputados. Una valla publicitaria podría convertirse en varias láminas de zinc para evitar que se moje el pueblo presidente. Las flores de los auditorios-jardines podrían convertirse en juguetes. Y las extras de los diputados, para llevar agua y saneamiento a los albergues. ¿Qué mejor obra social?
Lo ideal sería evitar estos problemas para que los niños no sufran. Es decir, dejar de contribuir al cambio climático. Ya los especialistas han dado muchas recomendaciones para reducir los gases de efecto invernadero y no destruir los recursos naturales. El problema es que las recomendaciones quedan para quienes contaminamos menos. Las personas y países que contaminan más, continúan con su cultura consumista, sin importarles lo que le sucede a los pobres. Mientras prometen reducir el dióxido de carbono generado por la gasolina, las fábricas de automóviles inventan vehículos menos caros para que la gente que sube de estatus en los países emergentes, puedan comprarlos. No se piensa en ahorrar, sino en buscar alternativas para continuar consumiendo. De ahí el invento de los biocombustibles, que se nos comen el maíz. ¿Qué hacen las cumbres ante esto? Acuerdos tras acuerdos, que no se cumplen.
Ante esta situación, lo que nos queda es prepararnos, teniendo en cuenta que la prioridad son los niños y las niñas. Y seguir la lucha por su presente y su futuro en un planeta que les pasa la cuenta de lo que no deben.